¿Por qué tenía que ser la princesa de un reino caído?. Su esposo era un hombre cojo, que además ya había estado casado una vez. Para colmo, era cinco años menor que la princesa. A los ojos de Beomyun, aquello resultaba entretenido. Una madre sobreprotectora que se aferraba a su hijo, el mismo que suplicaba ser enviado al campo de batalla, aunque fuera para rozar una flecha o sentir el filo de una espada. Y ahora, esa misma madre le había traído una esposa ridícula. Tenía que verlo con sus propios ojos. Sin embargo, su oponente resultó ser aún más insignificante de lo que había imaginado. Y, al mismo tiempo, mucho más interesante. —De usted emana el olor de los muertos. —Haré que Su Alteza se convierta en emperador. La princesa de un reino caído le aseguraba que no era su enemiga. —En la noche de bodas, me llamaste esposo sin titubear. Me siento herido, esposa. —Tómelo como una broma y olvídelo cuanto antes. Beomyun sonrió con desgano al ver su expresión desmoronada. —Esta noche, visitaré tu alcoba. —Su Alteza... —Será mejor que aceptes mi respeto con sumisión mientras aún te lo ofrezco. Las palabras de advertencia de Beomyun, quien había crecido con una arrogancia innata, resonaron con claridad en sus oídos.